Zarza de Pumareda

 

  Relatos  

Relatos e historias de José Alburquerque Rengel






 

  (2014)
    > UN TRABAJO  BIEN  HECHO
  (2010)    > DOS AMIGOS Y SAN LORENZO
(2010)    > DOS DIAS DE PASCUA Y EL POZO DE LOS HUMOS
(2007)    > AGONÍA DE UN GORRIÓN  
(2006)    > HISTORIA DE UNA CRUZ DE PIEDRA 
(2002)    > PUENTE  GRANDE  O  DE SANTO DOMINGO
(2001)     > ORÍGENES  HISTÓRICOS  DE LA ZARZA  



 







        
Con los brazos apoyados en la baradilla, como tantas veces lo había hecho, el Vigilante Jurado observaba atentamente, ignorante de los acontecimientos de que en breves instantes iba a ser testigo, desde la coronación de la presa del embalse de Aldeadávila de la Ribera, a mas de 140 metros de altura, aguas abajo, el poderoso y siempre violento río Duero que, apenas un año antes había sido sometido a una interrupción violenta en su curso natural, como consecuencia de la construcción  de un colosal muro de hormigónde más de 140 metros de altura; obras que se llevaron a cabo entre los años 1956 y 1963 que, una vez finalizadas, generaban  una potencia eléctrica que movía seis turbinas subterráneas (Aldeadávila I), hoy creo que son ocho con (Aldeadávila II), por haberse llevado a cabo en sucesivas ampliaciones, que contribuyeron a la producción de energía eléctrica tan útil y tan necesaria, económicamente hablando, para España, entonces y ahora.
         
        Para la construcción de la presa, túneles de acceso, ahuecado de la roca
para la instalación de las turbinas, maquinaria de todo tipo, vehículos de transporte, cableados, carreteras, subestación eléctrica, tanto exterior como subterránea, etc., fue necesaria la contratación, no sólo de personal especializado en construcción, químicos, analistas, ingenieros, etc,si no también la mano de obra que, en aquella época se la denomnaba "personal productor", carente en muchos casos de conocimientos  especializados, pero que fueron absolutamente útiles, imprencindibles diría yo, y que por un escaso salario, mejoraban sus precarias economías familiares, contribuyendo así al progreso  y activación económica de una zona tan empobrecida y olvidada entonces, ubicada en el corazón de Los Arribes del Duero desde Zamora hasta el norte de Extremadura; a la vez que ralentizaron la masiva emigración.

         En el año 1959, comenzcé a trabajar en la obra, con un múmero de afiliación que rondaba los 6.000 "productores". Desde 1.960 al 1.962 me fui a cumplir el Servicio Militar como voluntario y una vez licenciado, volví a retomar mi antiguo trabajo en el laboratorio de anánilis químicos y resistencias del hormigonado, con un nuevo número de afiliación que sobrepasaba los 12.000 obreros-productores; cada trabajador en su modestia y responsabilidad, contribuyó a la construcción de una obra colosal que en su transcurso, dejó por el camino muertos, heridos y enfermos, estos crónicos en su mayoría por silicosis, como consecuencia de los trabajos en el interior de los túneles y la inhalación de polvo al no contar con obligatorios sistemas
de protección adecuados que, por otra parte, en aquella época,  prácticamnete no existián.

         Que el río bajara crecido aquel día, entraba dentro de lo normal, pues el Otoño-Invierno de aquel año fue pródigo en lluvias y se temía el deshielo en la alta sierra, por lo que los técnicos, para regular la violencia de las aguas y mantener el nivel adecuado en el embalse aguas arriba, procedieron a la apertura parcial de las compuertas y del túnel aliviadero, que con la boca abierta, lanzaba un gran chorro a presión, que con extremada violencia, llegaba hasta el otro lado del risco, envuelto en una espesa niebla que apenas dejaba ver el fondo del faldón de la presa.

          El Vigilante continuaba en el mismo lugar y en igual posición que lo dejamos al comienzo de este relato, admirando desde la altura, todo cuanto hemos descrito a través de un arco de gotas de agua de colores que un pálido rayo de sol vespertino traspasaba.

          De repente, un leve estremecimiento recorrió su cuerpo, en su rostro se dibujó un gesto de extrañeza y preocupación, estiró los brazos, volvió a mirar con más fijeza lo que no le parecía nornal que ocurriera allí abajo y dirigiéndose apresuradamente al interior de la caseta que le servía de cobijo, descolgó el telefonillo y preguntó por el encargado. Cuando éste se puso al teléfono le pregunto:

          ¿ -Habéis cerrado la entrada del agua al túnel aliviadero-?,... porque el agua que antes salía con toda violencia por la boca, ahora lo hace mansamente y resbala por la pared.

          Cuando los ingenieros llegaron a la presa poniendo a prueba la potencia de los motores de sus vehículos y comprobaron la veracidad de lo que el Guarda les había dicho, procedieron a cerrar la compuerta de entrada al túnel. Cuado días después pudieron entrar en la enorme galería excavada en el interior de la roca, no creían lo que estaban viendo: La presión y la violencia del agua había sido de tal magnitud, que rompió el revestimiento interior aplicado a la pared del túnel y había penetrado doscientos metros dentro de la roca, resultando así una mansa salida del agua al exterior.

         Las obras de reparación y taponamiento de la oquedad producida, retrasó seis meses el normal funcionamiento de toda la maquinaria del Salto de Aldeadávila de la Ribera y su inauguración oficial, a pesar de que los daños fueron considerados mínimos para lo que pudieron haber sido, gracias a que un eficiente Vigilante Jurado, que cumplía con su deber en la presa, comunicó los hechos urgentemente a sus superiores, sólo porque aquello que estaba viendo allí abajo no le parecía normal.

         En agradecimiento por tan importante servicio prestado, fue felicitado por la dirección de la empresa, entonces Iberduero y gratificado con 2.000 pesetas que, sin duda, no le vinieron nada mal.

         Aque Vigilante Jurado se llamaba JOSÉ MARÍA ALBURQUERQUE GÓMEZ. Vivió muchos años en La Zarza de Pumaredacon su familia y fue guarda del polvorín de Los Vasitos, a quien muchos todavía recordarán.

         Aquel Vigilante Jurado era mi padre.


                                                                           Salamanca, 10 de Febrero de 2014

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DOS  AMIGOS  Y  SAN  LORENZO

(Relato)

Autor: José Alburquerque Rengel

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Todo empezó con un casco de plástico, de color gris, que por seguridad en el trabajo, la Empresa Iberduero, obligaba a sus obreros a llvar siempre puesto en la jornada laboral.

Que yo recuerde, y también trabajé en las obras, pocas medidas más de seguridad e higiene en el trabajo eran obligatorias, como no sea una careta a modo de esponja que cubría boca y nariz, con el fin de no inhalar polvo, sobre todo aquellos que trabajaban en los túneles. Una medida de precaución que por incómoda muy pocos se la ponían, con el triste resultado posterior de enfermedades relacionadas con la función pulmonar, la más grave de todas la silicosis.

Mi padre ocupaba una caseta mal construida con tablones, en las cercanías de la máquina “machacadora”, en las obras del Salto de Aldeadávila, en ella guardaba enseres personales y herramientas relacionadas con su trabajo de guarda y no veía con agrado que nadie entrara en la caseta sin él saberlo, ni que guardara en ella herramientas  u otras prendas de uso personal que no fueran las suyas. Pero cuál no sería su sorpresa cuando un día observó que de una punta clavada en lo más alto de un tablón de la pared, apareció colgando un casco de trabajo que no era el suyo.

Al principio no le dio importancia, pero cuando el mismo aparecía y desaparecía frecuentemente, empezó a considerar que quien lo dejaba allí, lo tomaba por costumbre  y determinó averiguar  quien era el intruso que estaba violando su intimidad, acostumbrándose a utilizar su caseta en su ausencia en turnos laborales diferentes, siendo imprescindible averiguar la identidad del atrevido que le estaba tomando por el “pito de un sereno”.

Ya mi padre, fruto de sus averiguaciones, llegó a tener una ligera sospecha de quien podría ser el “hacedor de tamaño entuerto” y decidió esperarlo en el interior  de la caseta al cambio de turno y,  pudo ver a un hombre que dejaba un carretillo cerca de ña puerta y se disponía a entrar. Mi padre entonces, tomando el casco, desde el umbral le dijo:

- ¿Buscas esto Jesús? -

- Señor José María, ¿dónde quiere  que lo guarde?-

De la conversación posterior, nada sé, ésta fue breve y fructífera, fue ni más ni menos que el principio de una gran amistad, que solamente se rompió con su muerte, pero que continuó entre sus familiares después de que nos dejaran.

A partir de aquel momento, comenzó nuestra integración en este querido pueblo y no digamos entre sus vecinos, en él quedaron enredados para siempre dos de los tres hijos de José María y de la Pepa, y sospecho que no quedó la tercera  porque era demasiado pequeña-

La vida y la muerte nos fue separando tanto a las familias como a los amigos con el transcurrir de los años , éstos pasan, nos hacemos mayores, pero qué tendrá este pueblo, que a todos nos enamora y nos hace volver, los que se quedaron aquí, aquí están esperándonos, los que vivimos cerca no podemos pasar sin visitarlo tanto en fiestas como en funerales y los que viven lejos no pueden pasar sin venir a recibir la bendición de San Lorenzo, nuestro Santo, nuestro Patrono, que está todo el años tirando de nosotros desde su Iglesia, hasta que, con una sonrisa socarrona y alegre nos observa divertido a su alrededor y nos llena el alma de alegría, cuando ve a las familias reunidas un año más y viéndonos aquí y ahora, ya está organizando nuestro próximo encuentro.

San Lorenzo es y será siempre sagrado para nosotros, un sentimiento profundo y muy íntimo que todos llevamos dentro, que unido al recuerdo de los que nos dejaron, conforma un vínculo generoso e inolvidable, sólido e imperecedero, que nos mantiene siempre unidos y hace la visita imprescindible, acompañarlo y ayudarle a amortiguar en lo posible el dolor de sus carnes abrasadas por orden de un emperador romano, que quería robarle los tesoros de la Iglesia casi recién nacida, entre los que se encontraba la Sagrada Copa, con la que Jesús de Nazaret celebró su última cena con los apóstoles.

Por eso, por aliviar su sufrimiento, por su amor a este pueblo, por su actitud siempre paternal hacia sus hijos, muchos venidos desde muy lejos, acogiéndonos a su protección y bajo su manto, gritad todos conmigo:

¡¡ VIVA  SAN  LORENZO !!

¡¡ VIVA  LA ZARZA  DE  PUMAREDA !!

 

Zarza de Pumareda, Agosto de 2.010

José Alburquerque Rengel


DOS  DÍAS  DE  PASCUA Y EL POZO DE LOS HUMOS

(Relato)

Autor: José Alburquerque Rengel

       Las costumbres denominadas "de toda la vida" nos llevaron, un año más, a celebrar el Domingo de Pascua de Resurrección, en compañía y junto con nuestra gente, en plena naturaleza. A pesar de que el tiempo no presagiaba nada bueno, quiso colaborar al feliz y siempre añorado acontecimiento y el Domingo de Pascua amaneció espléndido, el amarillo del sol se mostraba puro, las nubes, el fríos y el viento que tanto nos había entristecido la víspera y aún días anteriores, habían desaparecido y la mañana nos animó a sacar mesa y mantel, sillas y toda clase de alimentos, en especial el hornazo, alma y centro imprescindible en la excursión que, al final, se llevó a cabo felizmente y sin contratiempo alguno y a emprender la marcha para disfrutar de un día o dos de campo.

       Visitamos el poblado del Salto de Aldeadávila, formamos parte de la gran afluencia de gente que allí había acudido, a pesar de la tarde en familia y cualquier lugar despejado, era ocupado por un grupo de personas, muchos formados por jóvenes y otros grupos por familias enteras que, sobre el césped, en los merendero o con sillas alrededor de las mesas hacían los honores a una bota de buen vino de la tierra y compartían sus alimentos y la alegría de una primavera que, por lo peculiar de estos ecosistemas, se mostraba en toda su reciente madurez; naranjos, limoneros y toda clase de florecillas silvestres nos daban la bienvenida y nos contagiaban la fuerza de sus bellos colores, en forma de optimismo, en fluidez de la conversación y con los amigos que nos encontrábamos, en una palabra, la alegría de sentirnos vivos y en formar parte de la naturaleza que, repleta de vida, nos rodeaba.

      Como el plan previsto era merendar en las Tejoneras, en las inmediaciones de Fuente el Hoyo, nos despedimos de los amigos, no sin echar antes un último vistazo, junto con un sentido adiós, a nuestro río Duero que, amansado por el reculaje del embalse de Saucelle y la (presa) próxima presa, se quedaba allí,  esperándonos hasta la próxima Pascua.

       El Lunes de Pascua es tradición salir de excursión  hasta la desaparecida Aldea de Santo Domingo, también llamada Robledino de Sto. Domingo,  en cuyas cercanías se construyó el Puente Grande o de Sto. Domingo, otros prefieren llamarle Puente Robledo, de una forma u otra el puente está allí magnífico y el río Uces también, dando paso a las aguas que, en este tiempo pasan violentas bajo el gran arco central y sus arcos laterales que le ayudan a que pasen bajo las tres bóvedas sin grandes retenciones, manteniendo firme, con sus grandes y bien labradas piedras de granito autóctono, la construcción que ya ha aguantado lo suyo durante dos o trescientos años que lleva soportando la fuerza del agua, que si bien es poca en verano, en la época invernal se muestra brava tal y como en verdad es, una fuerza enorme e indómita de la naturaleza.

        Siguiendo el ríos Uces aguas abajo, Las Espundias, la confluencia con el Regato Valcerezo, Singuilina, entre sauces, fresnos y robles, nos introducimos en el término de Masueco, nos encontramos y quedamos gratamente sorprendidos con un gran salto natural de agua, un escalón de casi cien metros, por el que se precipita una gran cascada de agua entre espuma y niebla, todo el torrente que más arriba pasaba bajo el Puente Grande, donde poco antes nos encontrábamos.

      Aunque al principio la intención había sido pasar la tarde cerca de este puente, mi esposa y yo acordamos que, dada la crecida del río que sin duda llevaría como consecuencia de las copiosas lluvias caídas durante el invierno, la caída del agua al Pozo de los Humos sería digna de ver y de recordar en el futuro. Por este motivo, nos acercamos a Masueco y desde allí tomamos el camino, en muy mal estado por cierto, y dejando el coche arriba, emprendemos la bajada a pie, con los mejores ánimos y pensando en la posterior subida ya que, como vulgarmente se dice, para abajo las piedras ruedan; pero la pregunta es ¿cómo lo hacen para subir?

      Coincidimos con gente que subía, otros nos precedían en la bajada, el "buenas tardes" de los que bajaban sonaba más fuerte que la respuesta de los que subían y aun ésta sonaba a veces casi inaudible, los jóvenes subían más rápido que los mayores, pero al final, todos llegaban arriba, haciendo alto o descansando en algún tramo del camino.

      El ruido del agua al chocar en el fondo y laterales del cauce rocoso del río nos acompañó durante todo el trayecto, más fuerte y misterioso a medida que nos acercábamos, los músculos de las piernas se nos endurecían y temblaban cuando el paso era imprevisto o más alargado de lo habitual;  al fin llegamos al "Pozo" y las minúsculas gotas de agua nos rodeaban cuando el viento las llevaba hasta nosotros, pero la sorpresa fue mayor cuando traspasada la niebla por los finos rayos del sol, aparecía, naciendo desde el fondo del río, un hermoso arco iris, que nos mostraba toda la gama de colores de que lo dotó el Creador, fue un momento de verdadero éxtasis el que vivimos, la naturaleza en todo su esplendor nos recompensaba por el esfuerzo realizado en la bajada, momentos que intenté que permanecieran  con nosotros para siempre en forma de fotografía, pero que me deja en la incertidumbre de si lo habré o no conseguido con mi vieja máquina Yasika, lo cierto es que fueron  unos de esos momentos mágicos que ocurren una sola vez en la vida, y si ocurren y nosotros los hemos gozado y guardaremos en el recuerdo de un día que visitamos el Pozo de los Humos.

     Mientras admirábamos el paisaje desde las terrazas y miradores construidos para solaz y deleite de los visitantes, admiración y sorpresa y porqué no, algo de aventura al facilitar una visión más real si cabe del fenómeno que la naturaleza nos mostraba, coincidimos en repetidas ocasiones  con un matrimonio joven, a quien acompañaban dos niños; la niña de unos diez años, no disimulaba su alegría e inquieta, se adelantaba cuando sus padres se acercaban a uno cualquiera de los miradores y se hacían fotografías o bien se retrasaba mientras recogía algunas florecillas, que alegres, alfombraban la orilla del río.

En sol era vivo y la tarde calurosa, los ojos soportaban quizá un exceso de luz y la niña los protegía, al igual que sus padres, con unas gafas de cristales ahumados que amortiguaban la fuerza de los rayos solares; pero en un momento en que ya habían visto y admirado y elogiado con grandes voces la sorpresa que les causaba el gran salto del agua, se acercaron a la orilla del río; las gafas se encontraban ahora sujetas a la blusa que la niña vestía, dejándolas por fuera e introduciendo una de las patillas hacia el interior a la altura del primer botón, la niña se agachó para tocar el agua con sus manos y la fatalidad quiso, que floja la patilla, ésta resbalara hacia afuera, quedando por tanto las gafas libres, cayendo al agua y llevándolas la corriente aguas abajo sin posibilidad alguna de recuperación, pues el pozo cercano las tomó para sí, tal vez como recuerdo de la visita de la niña que, desconsolada gritaba y lloraba sin comprender lo que había ocurrido y sobre todo, se preguntaba por qué le había tenido que ocurrir a ella, sin comprender, por sus pocos años, que la respuesta estaba allí, en el Pozo de los Humos.

     Tanto sus padres como nosotros intentamos consolarla lo mejor que pudimos, que lo ocurrido era triste, pero sus padres la compensarían de alguna manera, que no llorara, que no había sido tan grave  y a mi se me ocurrió decirle que, cuando llegara a casa, se impusiera como un trabajo escolar, escribir y llevar a unas cuartillas todo lo acontecido, así como los sentimientos que ello le producía, que no lo guardara entre sus cosas y, tal vez años después, lo encontrara traspapelado y con una sonrisa y sorpresa la hiciera recordar y preguntarse dónde habrían a parar unas gafas, las que le arrebató el río Uces en el Pozo de los Humos, un día 5 de Abril del año 2010, Lunes de Pascua, concluyendo al final que no fue otra cosa que el tributo  que el río se cobró, enamorado de una niña, que le acariciaba el agua con sus inocentes manos aquel irrepetible y limpio atardecer.

      Comenzamos a subir la empinada cuesta, nuestro años nos obligaron a parar y descansar en el camino que, en forma de una gran zeta, asciende el gran cimero entre bancales plantados de viejos olivos y veneros de agua cristalina que cruzan e camino., llegamos arriba por fin, y en silencio, me puse a meditar sobre todo lo acontecido en estos dos días de Pascua y me dije que el balance no podía ser más positivo, estábamos cansados, las piernas se quejaban del sobre-esfuerzo realizado, nuestros corazones latían a un inusual ritmo, pero nuestras almas estaban rebosantes de aire, de sol, de paisaje, de luz, de vida, de la naturaleza pura y salvaje que solamente se encuentra en estos arribes, cuna de milenarias civilizaciones y tan desconocidas.

      Pensando que la niña habrá tal vez olvidado mi recomendación de escribir lo ocurrido y las sensaciones que tal acontecimiento le produjo en aquellos momentos, me propuse hacerlo yo, por si a quien esto lea, le pueda interesar y me sentiría feliz si, por casualidad, lo hiciera la misma interesada, por cierto de la que ignoro hasta su propio nombre y procedencia.

 

Zarza de Pumareda, a 6 de Abril 2010

José Alburquerque Rengel


AGONÍA  DE  UN  GORRIÓN

(Relato)

Autor: José Alburquerque Rengel

     En un programa-concurso de televisión, el presentador  le preguntaba al concursante si los gorriones eran animales domésticos o salvajes, la respuesta era la segunda de las dos posibles; pero ¿habría sido del todo incorrecto considerar como domésticos a estos pajarillos?

     ¿Desde cuándo conviven con nosotros?  ¿Se puede uno imaginar una ciudad con sus parques sin gorriones? Y no digamos un pueblo, una aldea, cualquier caserío, establo, edificación, etc.

     Nacen, viven, se aparean, crían a sus hijos, envejecen y mueren; todo eso lo hacen entre nosotros, aprenden y se amoldan a nuestras costumbres y, por qué no decirlo, se aprovechan de nosotros y nuestra cercanía los defiende de sus predadores, en una palabra, forman ya parte imprescindible de nuestro paisaje urbano.

      Construyen sus nidos en nuestros tejados, en los agujeros de las paredes de nuestras casas, en los árboles cercanos, en los aleros, en las torres de nuestras iglesias, ¿en dónde no?

     Pensando en estas cosas, aparentemente tan superfluas, observaba cierto día, cómo una pareja de gorriones construía su nido en el interior de una caja distribuidora de corriente eléctrica, colocada junto a la puerta de una vivienda abandonada; en cada visita, los pajarillos portaban en sus picos pajillas, algodones, musgos, hilos, muchos hilos, lanillas y toda una gama de materiales de lo más variopinto y extraño que uno pueda imaginar, cualquier cosa era buena para conseguir la comodidad y la temperatura adecuada para la crianza y normal desarrollo de las frágiles e indefensas avecillas, que sin duda muy pronto ocuparían ese reducido habitáculo que con tanto afán y empeño, construían sus progenitores.

     Cuando después de unos días de ausencia, me acerqué por curiosidad a observar el nido que ya debería haber sido terminado o incluso cobijar crías en su interior, cuán grande fue mí sorpresa cuando vi que colgado del nido y mecido por el viento, pendía uno de aquellos gorriones que pocos días atrás había visto con cuánto afán lo construía junto con su pareja; en unos instantes toda la energía desplegada, todo el apresuramiento por seguir el mandato de su instinto por la procreación, en definitiva por la vida y la continuación de la especie, se había evaporado; solo fue necesario para ello que se diera una de esas fatalidades tan sencillas o incomprensibles, pero a la vez tan trágicamente definitivas como es el caso, para perder la propia vida y tal vez la de su nidada, como que al salir precipitadamente de su nido, uno o varios hilos y lanillas, de aquellos que había encontrado en cualquier rincón de cualquier solana, donde las mujeres cosen en los atardeceres o llevados por el viento junto a cualquier muro, se enroscara en las uñas de sus patitas y todos sus bruscos movimientos para soltarse resultaron inútiles; siendo así que cuanto más violentos eran más se apretaban los nudos y como consecuencia de ello más inevitable era su muerte, una muerte triste, una muerte lenta, una muerte dolorosa; pero muerte al fin.

     Todo esto me hizo pensar que, además de vivir, también los gorriones mueren entre nosotros y la prueba está en que en este mismo instante, todavía puedo observar el movimiento pendular del cuerpecillo del gorrión, o lo que aún queda de él, acariciado por el viento, pendiente aún de su nido, atrapadas todavía sus patitas por los hilos que él mismo había transportado en su fuerte pico para su construcción.

    Zarza de Pumareda, Agosto de 2.007

 


HISTORIA DE UNA CRUZ DE PIEDRA

Autor: José Alburquerque Rengel

 Cuando el Jefe de la Obra, Pablo de Cerezal, ayudado por una cuerda, me la entregó descolgándola del viejo muro que estábamos derribando, ni él ni yo sabíamos qué hacer con ella. El extraerla de la pared donde había permanecido, hay quién dice que más de ochenta años, no necesitó mucho esfuerzo, ya que el alojamiento, condenado a las inclemencias del tiempo, se había deteriorado tanto que amenazaba con soltarla y caer desde dos metros de altura.

            Mientras que Pablo se mostraba indeciso yo pensaba que lo más razonable sería entregarla a la Iglesia, si  D. Javier se mostraba de acuerdo, o en el Ayuntamiento, a disposición de algún posible descendiente del antiguo propietario o escultor, hasta ahora desconocidos, pero finalmente acordamos colocarla sobre un muro que estábamos reparando en el patio trasero de la casa, a unos pocos metros de su anterior ubicación, esta vez sin ningún hueco que la aprisione, con los brazos libres y mostrándose al exterior con toda su integridad, para que todo el que la quiera ver la vea, sin que ninguna de sus partes quede oculta a los ojos indiferentes, curiosos, religiosos o creyentes, pues además del valor arqueológico, que pueda tener, que posiblemente no sea mucho, existe ese otro sentimiento oculto de temor a lo desconocido y al desasosegante recuerdo del hecho que un día ocurrió, en sus inmediaciones. Hecho triste y lamentable que fue el motivo por el que se colocó previamente allí como recuerdo y para conocimiento de generaciones posteriores, de un pueblo pacífico en el que algo así “no ocurre nunca”, pero que esta vez alteró sobremanera la tranquilidad de los vecinos de la Zarza de Pumareda.

            Sí, de una cruz de piedra estamos hablando, está esculpida sólo por su parte delantera, sobre un bloque de granito y semeja un gran disco solar de 27 cms. de diámetro, de cuyo centro salen 16 rayos en relieve, de los que cada 4 coinciden con los ángulos que forman los brazos de la cruz, cada brazo de 13 cms., a partir del perímetro exterior que terminan en 3 pequeños abultamientos en forma de bolas, el brazo inferior coincide con la peana o asentamiento. La espalda o dorso está sin tallar y la piedra el desconocido escultor la dejó en forma tosca y sin figura ni adorno alguno, sin que este detalle, en mi opinión, disminuya su belleza, sólo es cuestión de ver las cosas desde distintos puntos de vista.

            Mirando la cruz, ahora colocada sobre el muro exterior del patio, eran muchas las preguntas que se agolpaban en mi mente, si es que en la mente se pueden agolpar preguntas, lo cierto es que me inquietaba tenerla tan cerca y desconocer cuanto con la misma se relacionaba, no podía apartar de mi pensamiento tal incertidumbre y me propuse averiguar lo que pudiera, consciente de las dificultades que iba a encontrar en mi investigación, pues una cosa si sabía, que lo que ocurrió fue hace tantos años que pocos testigos vivos podrían quedar de aquella época y no podía hacer otra cosa que tomar nota de datos sobre la cruz vagamente transmitidos de padres a hijos y sin duda distorsionados en el tiempo. Sin embargo no cejé en el empeño y auque no haya conseguido una gran exactitud en los mismos, al menos procuraré relatarlos tal y como me los contaron, en la seguridad que quedan preguntas sin respuesta, procurando ser lo más fiel posible a la información recibida.

            Tanto Víctor y su esposa Rita como Martín y la suya, formaban dos familias de condición humilde pero honradas, pastores de profesión, ninguno de los dos nadaba en la abundancia, por eso la propiedad de una o varias ovejas para ellos era de vital importancia y precisamente fue éste, al parecer, el motivo de frecuentes disputas primero y del fatal desenlace después, con el resultado final de una muerte y la cárcel para el homicida que prematuramente envejecido y enfermo salió del penal para morir en este pueblo pocos años después, luego de una larga y triste enfermedad.

            El caso es que por comentarios malintencionados unos o bien intencionados otros, murmuraciones entre vecinos y familiares, tanto de uno como del otro bando, poco a poco, día a día, minuto a minuto, los ánimos se fueron encendiendo, royendo el alma y, encontrándose solos, a hora adecuada y lugar propicio, se desencadenó la ira mal contenida en ambos y el más rápido en reaccionar frente al otro, dio con éste en tierra como resultado de las heridas mortales recibidas.

            No vamos a comentar aquí de quién fue la culpa, ni es mi propósito averiguarlo, ochenta o noventa años son muchos años, el tío Martín murió y el tío Víctor pagó su cuenta con la justicia por el delito cometido. TESTIGO de todo, RECUERDO más bien, es la CRUZ DE PIEDRA que esculpida por delicadas y desconocidas manos ha permanecido y presente está, en el lugar del luctuoso suceso como centinela vigilante de lo que no se debe hacer y de la justicia divina, extendiendo sus brazos de granito, eternamente abiertos para acoger al pecador que, arrepentido, se acerca humilde a pedir perdón, recordándonos aquel Sagrado Mandamiento, que igualmente esculpido en piedra de granito entregó Dios a Moisés en el monte Sinaí: NO MATARÁS.

            Hoy, la cruz de piedra, ha sido retirada del viejo muro, del que, peligrosamente inclinada, amenazaba caer y romperse, más por el peso de los años que por su deterioro físico, ha dejado de estar aprisionada entre pedruscos y barro, hoy permanece sólo a unos pocos metros, sobre otra pared, libre totalmente, toda entera y visible, con los brazos abiertos, irradiando amor, ternura y perdón para todo el que la quiera visitar.

 Zarza de Pumareda, 20 de octubre de 2.006

 

PUENTE GRANDE  o  de  SANTO DOMINGO

(Conocido popularmente como Puente  Robledo o Robledino)

Autor: José Alburquerque Rengel

Entre los Siglos XVII y XVIII, la vía que comunicaba las localidades de Mieza – Cabeza del Caballo – Vitigudino – Ledesma, seguramente llegaba hasta Salamanca y era de tal importancia que fue necesario construir un puente que salvara la angosta garganta del río Uces, entre los términos actuales de Cabeza del Caballo y Zarza de Pumareda.

En aquella época la aldea más cercana (hoy desaparecida, aunque existe constancia de la misma en los estudios cartográficos) era la de Robledino de Santo Domingo, de donde procede el nombre de nuestro puente.

De esta aldea, no hace mucho tiempo, todavía se conservaban los restos de una Ermita, cuyo suelo fue objeto de excavaciones clandestinas, del que se extrajeron algunas piezas de desconocido valor arqueológico; todavía se puede apreciar una pared que a su vez delimita una finca, en la que se pueden ver los correspondientes mechinales.

El Puente Grande o de Santo Domingo, consta de un solo arco de medio punto, con dos ojos auxiliares laterales que le sirven de alivio en las grandes crecidas y dos muros en forma de corte de cuchillo que disminuyen la fuerza de las aguas dirigiendo la impetuosa corriente hacia los lados, impidiendo la incidencia directa de la misma sobre la pared frontal.

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Su construcción es totalmente de piedra de granito, bloques extraídos de la misma roca en la que se asienta y están perfectamente colocados y unidos entre sí que apenas se observa argamasa o mortero alguno, pues la única junta que existe es el contacto de la misma superficie de la piedra, conformando un todo impresionante de robustez, vigor y fuerza que asombra a quien la ve y se queda uno pequeño al mirarla de cerca.

El Puente - Oleo sobre lienzo - (1971)

Su mimetismo es tal que al llegar al último tramo del camino, apenas se pasa el lugar de ubicación de la antigua aldea de Santo Domingo, nos sorprende que allí se encuentre algo construido por el hombre, pues da la impresión de que forma parte del mismo paisaje agreste que le rodea y de la misma roca sobre la que se asienta, en definitiva de la misma roca de la que nació.

Actualmente se encuentra en un estado de conservación muy deplorable, el último arreglo que se hizo fue hace pocos años y se llevó a cabo sin tener en cuenta la simetría de las líneas, el color indicativo de la vejez de la piedra así como su adecuada colocación, sin guardar estética alguna y utilizando cemento azul que viola el bellísimo color de siglos y la armonía de sus planos y superficies.

Es tan importante y numerosa la cantidad de puentes que existen en nuestra provincia que la Administración bien pudiera preocuparse de su restauración y conservación, pues además de que en la actualidad pueden ser convenientemente utilizados, son tesoros que nos han dejado nuestros antepasados y tenemos la obligación de conservar, dejándolos en el mejor estado a quienes nos sigan y que estos a su vez lo dejen a sus hijos y así sucesivamente.

 Noviembre  2002 


ORÍGENES  HISTÓRICOS de LA ZARZA DE PUMAREDA (mi pueblo)

Autor: José Alburquerque Rengel

Resulta muy ilusionante  y,  por supuesto, aventurado, sentarse a la mesa, frente a unas cuartillas de papel en blanco y comprometerse con uno mismo, a escribir algo que trate sobre las cosas que ama y recuerda con gran cariño; si a esto añadimos que , además resulta gratificante, el primer impulso se serena y empieza uno a recordar y pensar si no será demasiado escabroso el tema o si será capaz de desarrollarlo con un mínimo de rigurosidad, sin embargo uno que ha leído tanto recibe al mismo tiempo como una lucecita fina, brillante y lejana, que lo anima acercándose  a  hacerlo, en la certeza de que si alguien, cosa muy improbable, se dispone a leerme, no será demasiado riguroso en la apreciación de los datos y le pido al posible  y amable lector, perdón por anticipado pues, lejos de mí la intención de presentarme a ningún concurso o juicio literario ni mucho menos someterme a la espada pendiente  del  hilo,  ya que,  por otra parte,  nadie le impide pasar página y seguir adelante, cosa que yo ni nadie sin duda le  reprocharía.

        Mi tema está relacionado con la página personal creada en Internet  por Manuel Hernández García, dedicada a  ZARZA  DE  PUMAREDA (La)  en  relación con los orígenes de dicha localidad:

       No conozco ninguna publicación que nos dé una idea exacta, esto no quiere decir que no la haya, sobre los orígenes de esta tan querida localidad; pero rebuscando en algún librito, por cierto no muy conocido, que ocupa un pequeño hueco en mi biblioteca, así como de resbalón, sin entrar en particularidades, si no más bien apareciendo el tema de forma muy generalizada, o tal vez no tanto, no es descabellado suponer, que esta población, siempre según la memoria histórica, se sitúa en sus precarios comienzos, en el Siglo XII, esto es, entre 1157 al 1188, época del reinado del Rey Fernando II de León, hijo de Alfonso VII El Emperador y de doña Berenguela, hija a su vez de Berenguer III Conde de Barcelona.

       La zona comprendida entre el Norte de Cáceres (Puerto Perales) y el Sur de Ledesma (Salamanca), con el gran río Duero en medio  de ésta, fue un territorio, llamémosle neutral, que utilizaban los ejércitos árabes en sus incursiones por el Sur y los ejércitos leoneses desde el Norte, por lo que esta zona denominada "Tierra de Nadie", fue considerada por ambos contendientes como una especie de "desierto estratégico", por cuyo motivo nunca hubo en la época anterior al Rey Fernando, asentamientos ni poblaciones estables.

        La Tierra de Nadie servía de refugio a los que por cualquier circunstancia encontraban dificultades para vivir en alguna de las dos sociedades circundantes: al sur la de los moros, al norte la de los cristianos. Esta banda de territorio despoblado, del sur de la planicie castellana del norte, era asilo de prófugos y de fugitivos. Estos huidos eran medio cristianos, medio musulmanes.

        Empujados hacia el sur los ejércitos árabes por los ejércitos cristiano-leoneses, tomada Cáceres y fortificada Ciudad Rodrigo, plaza ésta de gran valor estratégico, el bisnieto de Alfonso VI,  FERNANDO  II, es quien más se relaciona con esta zona de nadie, en la que se encontraba nuestro pueblo en sus comienzos.

        En su reinado se repobló este "desierto estratégico", con colonos gallegos, cántabros, astures, etc, entre otros, de donde se deduce que la toponimia PUMAREDA, viene de la época de la repoblación de nuestro municipio por "ASTURES", los cuales rememorando las tierras del norte de donde procedían, acordaron llamar a esta localidad ZARZA por la gran abundancia de la zarzamora en esta tierra, productora de un fruto, la mora, extremadamente dulce y sabroso; muy utilizado en repostería y PUMAREDA, derivación de la inicial "Pomarada", o tierra de manzanas que tanto debía abundar y aun abundan en Asturias su tierra natal, ricas en zumo del que se extrae la exquisita sidra.  

       Espero que estas líneas sirvan, en principio, para matar el aburrimiento y a continuación para enriquecer, de alguna manera, el conocimiento de los orígenes de nuestro pueblo, así como para el que amablemente las quiera leer, rogándole que sea generoso con quien las ha escrito, puesto que si bien los datos estadísticos expuestos han sido fruto de un pequeño trabajo de investigación, no es menos cierto que la imagen se confunde en el tiempo, la niebla se espesa y la memoria, por muy histórica que sea, falla más de lo que fuera deseable, por ello se me ocurre pedir perdón una vez más por los posibles errores cometidos y dar gracias al amable lector por el tiempo que pueda haber dedicado a este pequeño esfuerzo.

                                                                      Salamanca, a 1º de Marzo del 2001        

                                                                Fdº . JOSE  ALBURQUERQUE   RENGEL

 

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