La Ramajería
( Salamanca) |
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J. SAINZ |
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Formando parte de la gran comarca definida como campo Charro, con caracteres comunes para toda ella, hallamos en su esquina noroeste un conjunto de pueblos, los cuales aunque carentes de personalidad totalmente diferenciadora, podemos considerarlos como formadores de una delimitada subcomarca conocida desde tiempos pasados con el nombre de Ramajería. El paisaje es ondulado, con suaves cerros graníticos mostrando su dureza mineral bien a la vista. Hallamos la roca madre desnuda en grandes lanchares sobre los que descansan unas residuales masas pétreas, atacadas profundamente por la erosión, y transformadas en grandes bloques redondeados. Estas tierras desaguan hacia el Duero por medio del río de las Uces; sucesión de cadozos en tiempos secos, pero corriente de apreciable caudal en invierno y primavera. Su origen viene a estar en la conjunción de las riberas que bajan desde Puertas, Espadaña y Villarmuerto, fundiéndose todas en las cercanías de Las Uces, localidad a partir de la cual el río toma ese nombre invariable. En su avance constante hacia la desembocadura, va hundiéndose en un valle cada vez más angosto, originado por el trabajo continuo de corte de la roca. Al final, ya en la comarca de Los Arribes o La Ribera, esta corriente fluvial forma un estrecho desfiladero por donde las aguas se precipitan libres creando una espectacular cascada conocida con el nombre de los Humos de las Uces o Pozo de los Humos, la cual visitaremos en otra ocasión. Si nos introducimos en estas tierras desde Vitigudino, podemos acceder siguiendo la carretera que cruza toda la comarca la cual finaliza en Aldeadávila de la Ribera. El primer pueblo plenamente ramajero es el ya nombrado de Las Uces. Se asienta en la solana de una loma, ocupando su pequeño caserío un suave declive, a salvo así de las humedades excesivas propiciadas por el encharcamiento del río, el cual se cruza aquí por largos y viejos pontones, aparte del sólido paso de la carretera. Como dignos de interés, debemos visitar los lugares de culto construidos en la ruta penitencial que llega al cementerio desde la iglesia. Esta es un pobre templo carente de importancia. A medio camino, más interés posee la ermita de la Virgen, titulada de la Madre de Dios, encerrada entre la carretera y las últimas casas, consistiendo en torno suyo mínimos espacios. Es un pequeño santuario con sencilla puerta en arco de medio punto, cobijada bajo un soportal sujeto con dos columnas. A los dos lados de la entrada, existe una pareja de ventanas cuyo destino es el de poder contemplar el interior sagrado sin necesidad de penetrar en él. Una de ellas cuenta con una singular celosía formada por recortados motivos de florones tetrapétalos, completados con rombos, original y hermoso motivo a pesar de su simpleza. Sobre la insignificante espadaña del hastial, tres cilindros iguales son un remate singular y no muy repetido. Siguiendo el camino hacia el poniente, un viacrucis marcó con cruces sus estaciones, hallándose en su mayor parte derribadas y partidas. Queda en pie una de la últimas, subida sobre una delgada columna, en inclinación peligrosa izando su inestable estructura al lado de las otras caídas y rotas. La ermita del Cristo es el final expiatorio de una devoción ahora muy apagada, dado su acusado abandono actual. Continuando carretera adelante, pasamos muy cerca de Valsalabroso, ubicado a un lado del camino, dejando ver desde lejos la cuadrada torre de su iglesia. Este campanario es una singular estructura de asimétrico cuerpo bajo, coronada en su cima por una imagen blanca del sagrado corazón. Más lejos, y también hacia el mismo lado, dejamos Valderrodrigo, Milano y Villasbuenas.
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En este último pueblo hallaremos un calvario mutilado junto a su iglesia, escueta representación en piedra de las tres cruces, rota una de ellas.
Creados en granito y sin ninguna concesión decorativa, estos signos cristianos abundan sobremanera por todos los pagos; aquí otro más santifica la fuente y el enorme pilón del abrevadero. Milano queda en esta misma dirección caminando por la austera y desmedida espadaña de su iglesia, magnífico paredón sobre el que se sujeta el balcón de acceso a las campanas, desarrollado sobre unas recias ménsulas salientes. Más adelante, de Cerezal de Peñahorcada, se aprecia ya un paisaje nuevo, ante la evidencia cercana del descenso hacia el gran foso fronterizo del río Duero. A su lado, el apreciable cerro de la Peñahorcada se alza intempestivamente más de cien metros por encima de la altura media del pueblo. En Zarza de Pumareda se notan también estas mismas características de transición y cambio, aún no destacables en Fuentes de Masueco, ni en Cabeza del Caballo, lugar, este último, de sugestivo nombre, situado en el reborde del llano, en un descenso hacien el río Uces, justo en el lugar donde comienza a encerrarse entre las angosturas. Como centro de primer interés comarcal, visitamos La Peña. El pueblo en sí es insignificante, apenas destaca por la sobria iglesia. Su espectacularidad viene a ser la geográfica, ya que en el centro de una extensión completamente plana, moteada por abiertos encinares, sobresale el peñasco que le da nombre. Es un enorme piedrón redondo, rojizo y desnudo por la ausencia de tierra en la que pudiera arraigar la vegetación, colgando apenas un par de matorrales de su rotunda masa. Cortado en vertical por tres de sus lados, sólo por el oeste es posible un dificultoso acceso hasta su cima, habiéndose tallado unos rudimentarios escalones aprovechando una intempestiva rampa. Este enorme mogote, de más de cuarenta metros de altura, resistió todos los ataques erosivos debido a su composición de anfíbol, mineral de mayor dureza que el resto granítico del entorno, más deleznable. Rodeado de bellas leyendas, nos dicen que en su origen fue pequeño canto lanzado por la Virgen Zagata a ciertas ovejas desobedientes. Tal piedrecita creció después milagrosamente, hasta alcanzar las dimensiones actuales. Allí se subía la Divina Pastora para ver hacia dónde encaraba su rebaño. Impresionados por el importante impacto paisajista de este lugar, los otros que quedan en la comarca nos resultan insignificantes. Villar de Samaniego, pobre y muy arruinado, es conjunto de descarnados paredones. La Vídola, con su inmediato cerro del Castillo, tal vez fue asiento de un castro. Cabeza de Framontanos, plácidamente extendido en paraje despejado y dominante, carece de otro interés, y finalmente Ahigal de Villarino aparece como un conjunto de viejas casas agazapadas enérgicamente en un suelo protector. Sus edificios están dominados con soberbia por el fuerte volumen de su iglesia, en la cual sobresalen el prebisterio rodeado de gruesos contrafuertes y la espadaña, campanario corriente en cuanto a su forma, pero esbelto y frágil por su altura. Desde aquí despedimos estos rincones, los cuales tal vez recibieron su nombre por la abundancia del ramaje de sus encinas, y sobre todo de los numerosos robles que sombrean los amplios pastizales extendidos profusamente por toda la zona, paraíso de una ganadería autóctona, mejorada y protegida, cuidada con más aprecio cada día. * * *
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