Zarza de Pumareda Galería de arte |
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Ma. José es de Cerezal |
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LA TENÁ Ahí
está, como si siempre hubiese estado ahí, la tená. Ahí está, en
una clara y contagiosa penumbra color ladrillo quemado, color sombra
ardiente, que da consistencia a los aperos. Ahí está el carro que
sirvió para todo, para transportar la mies, para sujetar y acarrear
las gavillas, para que los granos, en los costales, ya repletos,
fueran a almacenarse en las cuadras o en los sobrados. Descansando el
carro y la puerta trancada. El carro hizo su trabajo y la puerta,
guardiana, lo protege. Es el tiempo del reposo, el tiempo en el que
las gallinas picotean, el tiempo en el que los perros se arrinconan,
el tiempo en el que los gatos quizá anden, espiando, por los tejados.
Posiblemente sea el tiempo de la siesta. Posiblemente. Y
es que la tená siempre fue eso, el refugio, el descanso, el alivio,
también el susurro, también el escondite, también el tiempo
resignado, y la sombra en verano y la solana cuando los vientos
azotan, y el invierno, cuando los carámbanos se empeñan en
perfilarse a ras de tejas. También
hay pardales en las tenás, aunque no se vean; y nidos en los tejados
y alguna golondrina distraída pegando su casa en las paredes internas
para que la tená la proteja. Así que la tená es protección: de
todo, para todo y para todos. Y
es igual que sea una tená de Cerezal o de la Zarza. Es igual. Entre
Cerezal y la Zarza limita un teso que siempre para mí fue un
misterio. Teso Verde y con perfume a tomillo y romero. Teso donde íbamos
a escardar eso que ahora se convierte en recuerdo. Porque Maria José,
de Cerezal, también nos ha devuelto nuestro puente. Pero yo te pido,
María José, que me recrees ahora con un poquito de ese teso que
todavía sigue siendo misterioso para mí y que conservo de él, además
del misterio, el perfume. Y lo conservo descansando en la tená que
escondo en el alma. Adolfo
Carreto Caracas, Venezuela, octubre de 2003 |