Situado en esa línea imaginaria que separa las comarcas de La Ramajería y Las Arribes, en el triángulo donde el Uces intenta escapar de su irremediable destino con el padre Duero, se halla este pequeño pero acogedor pueblo que desde siempre parece haber sido mero espectador de cuantos acontecimientos surgieron en los alrededores, y así lo ha querido hasta ahora la diosa fortuna, que La Zarza fuera lugar de paso de rodas y grandes obras.

Pero como todo en la vida, depende de la perspectiva desde donde se mire, y lo que en principio pueda parecer un agravio, con el análisis suficiente puede tornarse en algo singular y genuino, y esto último es precisamente lo que aparece a poco de trato con sus habitantes. Sin monumentos ni grandes obras, la humildad y sencillez que muestran sus gentes son algunas de las virtudes que convierten a este pueblo en algo bello, en algo singular que ha permanecido ajeno a cuanto aconteció en sus alrededores, su ausencia en el tiempo se traduce en una personalidad propia, en una forma de entender la vida que ha permanecido intachable a lo largo de la historia.

Precisamente, sus orígenes no parecen remontarse más allá del siglo XII, tiempo más que suficiente para aglutinar una serie de caracteres, tradiciones y datos que, aunque muchos de ellos perdidos, merecen toda la atención de aquellos de los que aún pueden darse cuenta.

Su nombre, La Zarza, indica claramente la existencia de una gran cantidad de este matorral en el momento de su fundación, topónimo que aparece en exclusiva en dos grandes referentes históricos como son el ‘Libro de los lugares y aldeas del Obispado de Salamanca’, que data de entre 1604 y 1629, y el diccionario geográfico-estadístico de Pascual Madoz realizado en 1850, y en ninguno de ambos aparece el sufijo de Pumareda, nombre que surge del latín ‘pomare’ y que identifica a la manzana, fruto de gran tradición astur y que vendría a señalar a esa región como la procedencia de sus primeros pobladores. Pero si de sus orígenes hablamos no podemos olvidar la población hoy ya extinguida de Robledino de Santo Domingo, situada a orillas del Uces entre La Zarza y el camino que la une con Cabeza de Caballo por medio del ‘puente robleo’.

Escasa fue la historia de esta alquería pues a pesar de contar con iglesia propia, a principios del siglo XVII únicamente contaba con seis vecinos de lo que se traducen unos 27 habitantes, y siglo y medio más tarde su población había bajado a cinco almas. Por el contrario, ‘La Çarça’ aparece en 1604 con 12 vecinos lo que significaría una población superior a 50 habitantes y por tanto sería el núcleo principal pues ya el clérigo que visita estos lugares advierte que en Robledino ‘el beneficiado no dice misa aquí, si no es cuando él quiere, porque por un auto del provisor de Salamanca acuden a misa a la Çarça’. Por la misma fecha ya se cita la existencia de la iglesia de San Lorenzo, ‘bien tratada’ lo que indica que fue construida entre los siglos XV y XVI.

Como buena parte de lo que fueron tierras de Ledesma, La Zarza perteneció a la nobleza hasta la llegada de las desamortizaciones, los principales hacendados los constituían los marquesados de Alburquerque, Cardeñosa y Castellanos, aunque se desconoce con certeza quien era el señor de unas tierras que a últimos del siglo XIX poseía ‘La Vizconda’, Jacoba Rascón, deshaciéndose de toda su propiedad en 1919.

Esta circunstancia y las continuas epidemias de viruela y tuberculosis evitaron un mayor florecimiento de su población que en 1850 llegaba a 313 personas, numero que continuó en ascenso hasta 1910 cuando llegó a contar con 570 habitantes. Sería a partir de entonces y hasta la década de los 50 cuando este dato sufriera una gran regresión motivada por la emigración a América.