Está formado por la copa propiamente dicha, el pié y una estructura de oro con dos asas que los une. El conjunto mide 17 centímetros de altura y la copa propiamente dicha es de forma semiesférica, con un diámetro de 9 centímetros y constituida por ágata llamada cornerina oriental, de color rojo oscuro cuyo estudio arqueológico muestra que fué labrada en su taller de Palestina o Egipto entre el siglo IV a.c. y el primero de nuestra era. Debajo de la copa, están la vara, con su nudo, y las asas, todo ello de oro y con primorosos adornos burilados de gusto griego que demuestran gran antigüedad. El pie es, al parecer, de concha, reforzado con armadura también de oro, adornada con dos rubíes, dos esmeraldas y veintiséis perlas, en vez de las veintiocho que tenía antes, pues se perdieron dos. El rigor arqueológico obliga a observar que estos adornos fueron sobrepuestos en los siglos XIII a XIV.
Dicen los Santos Evangelios que, llegado el día en que había de sacrificarse el cordero pascual, Jesucristo se reunió con sus discípulos en casa del Padre de Familia, quien, según algunos comentaristas, era un noble y acaudalado varón llamado Chusa. Allí celebró la cena ritual de los judíos, tras la cual y, después de lavar los pies a sus discípulos, Jesús realizó la institución de la Eucaristía, para lo cual se proveyó de pan ázimo y de un cáliz.
Este Vaso de suma trascendencia no pudo ser olvidado tras la muerte del Redentor, tanto más cuanto los discípulos se reunieron varias veces en el Cenáculo. Así se explica de modo natural de el Santo Cáliz apareciese en Roma, llevado probablemente desde Jerusalem por San Pedro, cabeza de la Iglesia. Transcurrieron, pues, dos siglos y medio, durante los cuales el fervor de los cristianos no dejaría de posarse en reliquia tan singular y existen claros indicios de que el cáliz con que los pontífices de los primeros tiempos de la Iglesia celebraron la misa en el mismo que usó Jesús en el Cenáculo. Al cabo de dicho tiempo, el emperador Valeriano desencadenó una violentísima persecución contra el cristianismo, en la que pereció martirizado el Papa Sixto II. El Pontífice, antes de morir, entregó las reliquias, las alhajas y el dinero a su diácono Lorenzo, natural de Huesca, quien también fue martirizado, no sin que antes enviara a la ciudad natal el Cáliz de la Eucaristía acompañado de una carta suya. Ocurría todo ello el año 258 o, según algunos autores, el 261.
Insignes historiadores de Aragón hacen constar la permanencia de la preciadísima Copa en Huesca durante los subsiguientes siglos, hasta que, invadida España por los musulmanes, el obispo de Huesca, llamado Audeberto, hubo de abandonar, por el año 713, su sede episcopal para refugiarse, con los bienes que pudo salvar y, desde luego, con el Santo Cáliz, en la cueva del monte Pano donde vivía el ermitaño Juan de Atarés; lugar en que posteriormente se fundó y se desarrolló el monasterio de San Juan de la Peña; lugar en que surgió un núcleo de hombres esforzados que acometieron la reconquista contra los mahometanos.
Tuvo esta lucha caracteres épicos, que no dejaron de ser aprovechados para la creación literaria, ya que, según reputados historiadores de la literatura, constituyen el origen o la fuente de poemas tan célebres como los de Cristián de Troyes o Wolfram de Eschenbach, con su héroe Parceval o Parzival, que es posteriormente al Parsifal de Ricardo Wagner. En todos estos poemas hay un Vaso maravilloso, al que se denomina Graal o Grial y cuya relación con el Santo Cáliz es fácil comprender.
Volviendo a lo puramente histórico, es
de mencionar el auto testificado de 14 de diciembre de 1134, documento donde se
consigna que entonces se custodiaba en dicho cenobio de San Juan de la Peña el
Cáliz en que Cristo consagró su sangre.
La portentosa reliquia, cuyo prestigio había brillado de manera tan evidente a
través de los siglos, fué deseada por el rey de Aragón don Martín el Humano,
quien, hallándose en Zaragoza, envió a San Juan de la Peña emisarios
influyentes para que le obtuviesen el Vaso de la Ultima Cena. El documento de
donación, que se conserva en Barcelona, fué otorgado en 26 de septiembre de
1399. En él se hace constar que el Santo Cáliz fué remitido desde Roma con
una carta de San Lorenzo.
A partir de
entonces, la reliquia tan adorable para toda la cristiandad fué
custodiada en el palacio real zaragozano llamado de la Aljafería. De
allí pasó, durante el reinado de don Alfonso el Magnánimo, al Palacio
del Real, situado junto al río Turia, en la ciudad de Valencia, donde
permaneció algún tiempo. |
Con este fin se extendió en 18 de marzo de 1437 el correspondiente documento, autorizado por dignatarios y funcionarios, donde se describía "el Cáliz en que Jesucristo consagró la sangre el jueves de la Cena". Desde aquella fecha, ha seguido en aumento la devoción al prodigioso
Vaso. |