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¿Qué has hecho, Manolo, con ese mar amarillo y caliente del trigal? ¿Qué has hecho con ese sol que aplasta al trigo cuando la hoz va convirtiéndolo en manojo?. ¿Qué has hecho con esos segadores, con esas segadoras, a pleno día acuclilladas ante el pan? ¿Por qué has inventado ese fuego Van Gogh tan asombrosamente castellano por tan asombrosamente serio? Están
los surcos ardiendo, caliente el sudor y abrasando el esfuerzo. Alguien
traerá un barril porque este no es todavía momento para vino. Quizá
alguien cante, y no para espantar a las aves, que también tienen
derecho y se han acostumbrado a los espantapájaros, sino para aliviar
el sopor. Quizá alguien blasfeme porque ha pisado sin querer un nido de
perdiz. Si hubiera un chaval correría tras los perdigones, surco
adelante, sin poder atraparlos. ¿Qué
has hecho, Manolo, para que el tiempo pasado resucite, para añorar un
sombrero de paja, para saborear una merienda al atardecer? Luego
vendrá el acarreo; gavilla sobre gavilla equilibrándose sobre el
carro, ya los bueyes dispuestos, ya los cencerros sonando al compás del
cansancio. Ya los segadores con las alforjas al hombro, más vacías que
de madrugada, ya el cuerpo con ansias de un respiro. La era dispuesta y
las parvas alzándose. A esparcir la mies, a rogar al cielo para que no
envíe tormenta, a disponer la trilla, a pasar una noche sobre una
manta, con las estrellas arriba y el sueño agarrotándose. Y después,
a aventar lo trillado, el viento separando la paja del grano, paja más
gruesa, briznas de paja. ¿Qué has hecho, Manolo, con tus pinceles, que has abierto un hueco en mi recuerdo de algo que fue y ya no es. ¿Por qué los pintores de La Zarza jugáis a ser Dios para resucitar la niñez?. ¿Por qué, Manolo?
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