PARROQUIA
 SALVADOR del MUNDO -Asunción-
  COMUNICACIÓN  ESPECIAL
  DE COMPARTIR SACERDOTAL
  VIERNES 16 DE ABRIL DE 2010

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BODAS DE ORO SACERDOTALES

Moniciones para la misa. Hermanos. Todos los presentes estamos invitados a unirnos en la alegría y en la acción de gracias al presbítero César Martín, párroco de esta comunidad, al cumplirse en la fecha los cincuenta años de su ordenación sacerdotal, por la cual fue constituido sacerdote, ministro de Cristo para siempre. Le acompañamos en esta celebración eucarística que ofrece por todos nosotros, por la Iglesia y por  el mundo entero. Nuestra oración le ayudará a renovar su consagración a Dios por entero para nuestro servicio y en bien de toda la Iglesia.

Preside esta celebración el Sr. Arzobispo de Asunción Monseñor Pastor Cuquejo.

Monición a la primera lectura. (Jeremías1,4-9) El profeta Jeremías evoca su vocación, el llamada de Dios que quiere consagrarlo para ser profeta de las gentes. Su excusa no vale porque el Señor le promete estar con él. El sacerdote es también un elegido, un consagrado y un enviado de Dios para transmitir su palabra.

Monición al salmo responsorial. (Salmo 15,1-2 y 5.7-8.11) El clérigo es propiedad de Dios, pertenece totalmente al Señor, a Jesucristo. Pero a la vez Dios es su herencia o su heredad. Bellas palabras que escuchó el sacerdote al dar el primer paso en su consagración cuando recibió entonces la clerical tonsura. El Señor es la parte de mi herencia y de mi copa. Repetimos en su nombre: TÚ SEÑOR ERES EL LOTE DE MI HEREDAD.

HEREDAD

Monición a la segunda lectura. (Efesios 4,1-7. 11-13) Todos tenemos en la Iglesia una vocación y de acuerdo a ella debemos caminar, pues a cada uno se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo. Al sacerdote se le ha dado en función del ministerio para la edificación.

Monición al Evangelio. (Marcos 16,15-20) El mandato misionero de Jesús no tiene límites de nacionalidad: id por el mundo entero y Jesús está presente a sus enviados: el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que les acompañaban.

Oración de los fieles. Presidente. Oremos, hermanos, a Dios todopoderoso y eterno, que con su Espíritu santifica y gobierna el cuerpo de la Iglesia.

Lector 1. Por nuestro obispo Pastor y por todos los sacerdotes, para que el Señor conserve en ellos la gracia del Espíritu Santo, sirvan con toda fidelidad a la Iglesia y cuiden del pueblo  que tienen encomendado. Roguemos al Señor.

2. Por nuestro hermano César de quien conmemoramos el quincuagésimo aniversario de su ordenación sacerdotal para que lleno de la gracia del Espíritu Santo sea digno cooperador del orden episcopal. Roguemos al Señor.

3. Para que brille por el resplandor de la santidad y cumpla dignamente el ministerio que ha recibido. Roguemos al Señor.

4. Para que nuestras comunidades cristianas aprecien más a sus sacerdotes y agradezcan por haber dedicado toda su existencia a servir a Dios y a su pueblo. Roguemos al Señor.

5. Para que los fieles ayuden a sus sacerdotes a superar sus defectos y en todo los traten fraternalmente. Roguemos al Señor.

6. Para que la comunidad haga más oración por los sacerdotes y no desconfíe por sistema que muchos puedan estar contaminados por comportamientos indebidos. Roguemos al señor.

7. Para que el Señor nos conceda más vocaciones sacerdotales y religiosas para que la fe del pueblo se sostenga y fortalezca. Roguemos al Señor.

Presidente. Dios todopoderoso y eterno, que con tu Espíritu Santo santificas y gobiernas todo el cuerpo de la Iglesia: escucha las súplicas que te hemos dirigido por todos sus ministros y haz que, ayudados por el don de tu gracia, los que has elegido para el bien de tu pueblo sirvan a la Iglesia con toda fidelidad. Por J.C.N.S.

Monición al besamanos. Es una práctica que en la celebración de la primera misa del nuevo sacerdote y del que cumple los cincuenta años de su ordenación, los asistentes a esas celebraciones se acerquen  al terminar la Misa no para una simple felicitación, sino para besar las palmas de sus manos. Uno de los ritos más hermosos de la ordenación sacerdotal es la unción o consagración de las manos con el santo crisma. Y en el ritual anterior esas manos recién ungidas, eran atadas con una cinta en forma de cruz, lo que solía hacer un familiar. Desde ese momento eran las manos que debían bendecir para que lo que ellas bendijesen fuese bendito -por eso nuestro pueblo pide tantas veces la bendición del sacerdote sobre las personas y sobre los objetos religiosos-. Son las manos que deben dispensar la paz de Dios a los pecadores cuando al absolverlos les impone las manos. Esas manos también las impone sobre el enfermo antes de ungirlo con el óleo de enfermos. Sobre todo son las manos que sostienen el cuerpo y la sangre de Cristo en la celebración de la santa Misa y las que se alzan en oración por el pueblo de Dios. Del obispo recibió en sus manos en la ordenación la patena y el cáliz con las ofrendas. En definitiva, si el sacerdote es "como otro Cristo" las manos sacerdotales son las manos de Cristo que pasó haciendo el bien... Por eso también era práctica que en la primera misa hubiese un padrino de altar, que era otro sacerdote, normalmente el párroco que le asistía para evitar equivocaciones, como un maestro de ceremonias. Y era práctica que hubiese también unos padrinos de manos que le acompañan en el besamanos. Aquí no es necesario un padrino de altar pues ha presidido la Misa el mismo Obispo que puede no obstante considerarse como tal, pero sí hay también unos padrinos de manos... Ordenadamente y en dos filas pueden irse acercando a realizar este rito tan expresivo. El coro puede cantarnos la más hermosa canción entre tanto.

ORACIÓN EVOCADORA DE LA ORDENACIÓN SACERDOTAL

Hace cincuenta años, Señor, que en la catedral Vieja de estilo románico de Salamanca con varias decenas de diáconos estábamos ante el Obispo Francisco al que se le hizo públicamente esta súplica: "Pide la Santa Madre Iglesia que a los diáconos presentes imponga la carga del presbiterado..." Fue la Iglesia, Señor o fuiste tú por medio de la Iglesia quien me eligió a mi junto con otros muchos en aquella celebración. Qué terrible elección porque es tu elección, pues tú eliges con soberana libertad, tú eliges lo débil para que sea sobrehumano, lo pequeño para que sea lo mayor, a fin de que nadie se vanagloríe, sino que solo tu virtud, Señor, se cumpla en nuestra debilidad. Y también escuché las palabras de mi obispo que me preguntaba ante toda la asamblea: ¿Sabes si ellos son dignos? ¡Qué tremenda pregunta! ¿Quién será digno de ti?  ¿Quién será digo a tus ojos?  Como Isaías tengo ahora que repetir: "Ay de mi, estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros", Pero tú me haces digno, o menos indigno pues tu gracia y tu poder son mi dignidad... y por eso respondí como el profeta: AQUÍ ESTOY, ENVÍAME A MI.

Recuerdo, Señor, los pensamientos que me ocupaban cuando postrados todos los diáconos a ser ordenados en tierra mientras mientras se cantaban las letanías de los Santos: yo te decía: este paso ha de ser con todas las consecuencias... sin marcha atrás.

El obispo impuso sus manos sobre mi cabeza y en silencio...Fue el sino eficaz de la transmisión de un poder, fue la donación del Espíritu que me hizo sacerdote. El obispo me impuso las manos quedando incorporado a las filas de tus siervos que desde hace dos mil años van a predicar tu nombre a través de todos los tiempos y países.  Pero en las manos del Obispo estaban, Señor, tus manos, las manos del omnipotente más blandas que las manos maternales, las manos que todo lo han creado y todo ,o conservan. Las manos del Dios viviente, las manos a las que encomendaré mi espíritu no dentro de mucho tiempo. También me impusieron las manos mis hermanos por la fraternidad sacramental, los sacerdotes presentes. Fue como su aceptación a formar parte del consejo de los presbíteros. Y todo este gesto en un impresionante silencio. Siguió la plegaria de consagración destacando en ella las palabras esenciales en forma de petición: ROGÁMOSTE, PADRE OMNIPOTENTE, DES A ESTOS SIERVOS TUYOS LA DIGNIDAD DEL PRESBITERADO, RENUEVA EN SUS ENTRAÑAS EL ESPÍRITU DE SANTIDAD, A FIN DE QUE, RECIBIDO DE TI, CONSERVEN EL CARGO DEL SEGUNDO GRADO Y POR EL EJEMPLO DE SU CONDUCTA, INSPIREN LA CORRECCIÓN DE LAS COSTUMBRES. Al finalizar estas palabras, Dios mío, quedé constituido sacerdote para siempre con el sello imborrable del carácter.

El obispo me revistió de los ornamentos sacerdotales cruzando sobre mi pecho la estola que hasta entonces había llevado terciada y me impuso la casulla. Además del vestido bautismal me diste el vestido sacerdotal- Haz que lleve limpios siempre ambos cuando comparezca ante tu tribunal. Vísteme siempre con las vestiduras de justicia y de la honestidad, envuélveme con el manto de tu gracia.

Qué don más grande me diste cuando a continuación ungió mis manos con el santo crisma con estas palabras: Dígnate, Señor, consagrar y santificar estas manos por esta santa unción y por nuestra bendición... a fin de que cuanto bendijeren sea bendecido, y cuanto consagraren, consagrado y santificado en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.

Rito sumamente expresivo fue cuando puso en mis manos y después en las manos de mis hermanos ordenados el cáliz con vino y agua y una patena con pan como signo de la potestad de ofrecer el sacrificio eucarístico. Desde aquella con el obispo y todos los ordenados ya consagré el cuerpo y la sangre de tu Divino Hijo. Y así diariamente hace cincuenta años cada día vengo celebrando el sacrificio de la Eucaristía. Vengo alzando el cáliz con la sangre que fue derramada por mí y por todos, para quedar redimidos. Desde hace cincuenta años vengo distribuyendo tu cuerpo a mis hermanos... Es el sacramento de la gracia, el sacramento de la unidad y del amor...

Entonces resonaron las palabras que dijiste a los apóstoles en la última cena: Ya no os llamaré siervos, sino amigos. Señor soy tu amigo especial desde aquel día, tú lo dijiste, tú me lo dijiste. Soy tu amigo porque me diste todo lo que tienes, tu padre, tu vida, tu gracia, tu misión, tu potestad, tu oficio tu destino, tu cruz, tu muerte y eterna victoria... Seréis mis amigos si hacéis todo lo que yo os encargo...

Nuevamente el obispo me impuso las manos y me dijo que soy enviado para atar y desatar, para juzgar y perdonar en tu nombre. Haz Señor, que aprecie siempre este oficio callado, serio y altísimo en su humildad de perdonar pecados. Este ministerio consagrado a lo más serio y aciago de la vida humana: el pecado. Este ministerio de tu misericordia inacabable y de tu longanimidad.  Este ministerio que aúna tu justicia y tu gracia, lo más humano del hombre y los más divino de Dios. Este ministerio de vida eterna. ¡Cómo recuerdo a mi compañero de estudios que quiso estrenar mi poder de perdonar pecados en su persona como un acto profundo de fe por su parte!

Siempre las manos en nuestra ordenación y en nuestro ministerio pues el último acto de la ordenación de hace cincuenta años fue el tomar mis manos entre las suyas el obispo y preguntarme: ¿Me prometes a mi y a mis sucesores obediencia y reverencia? - Y mi contestación fue como el hágase de María según tu palabra: PROMETO. Y esta promesa, Señor, me trajo pocos meses después hasta esta tierra bendita del Paraguay donde estoy viviendo este jubileo dichoso. A ti Padre por Jesucristo sumo y eterno sacerdote en unidad con el Espíritu Santo sea dada toda honra y gloria por los siglos de los siglos. AMEN
 

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