Zarza de Pumareda Galería de arte |
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Es primavera a la fuerza, y en esa pared alguna vez me empiné. Es primavera delante y detrás de la pared, delante y detrás del portillo. Es esa pared lo que perdura contra viento y marea, en invierno, primavera, verano y otoño. Es esa pared contra la que el tiempo no puede. La consistencia es esa pared. La puerta trancada con puerta de piedras, para que nadie pase, o para que nada salga. Es esa pared la persistencia de lo perdurable, el desafío al pasado y al futuro, el empeño de que lo que para algo sirvió, desea seguir sirviendo. Es
esa pared, piedra a piedra, rendija
sujetándose en rendija, coto de propiedad de algo que ya queda a la
intemperie. Había que cerrar las cortinas, había que diferenciar los
prados, había que dejar constancia de documento de propiedad en piedra. Ahí
está la pared pintada por Vicente antes de que el cansancio la agote. Y
ahí están los colores para continuar dando primavera a la pared. Los
colores de Vicente son variados y para todas las necesidades. El pincel
de Vicente infunde vida allí donde plasma un color, el que sea. En la
paleta de Vicente descansan todos los verdes, desde ese que se inclina
al amarillo, hasta ese que va en pos del verde chopo, o del verde
rastrojo, o del verde maraojo, o del verde agua de regato. Igual el
amarillo. Igual el color del tomillo navegando entre el violeta y el
azul. Igual el rojo, que es rojo según sea sandía o amapola, según
flor silvestre o geranio, según descanse en un florero, sobre la mesa,
o discurra a sus anchas por el campo. Chopos
al fondo, lo cual que algún regato transcurre. Robles cercanos. Algún
que otro frutal esparcido. Cualquier excusa para que el pincel se
deleite. Pero no es la primavera lo que me sobresalta. Lo que de verdad me atrapa es esa pared, esa puerta trancada a medias con piedra, esas rendijas por donde se escurren las lagartijas. Es esa pared que se niega a morir. Es una pared empeñada en florecer en medio de la primavera de Vicente Carreto.
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